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martes, 5 de agosto de 2014

España, Hoy se cumplen 75 años del asesinato de las "Trece Rosas"

'Trece rosas'
MADRID 20/10/1936.- Mitin organizado por las Juventudes Socialistas Unificadas en el cine Tetuán, bajo el título "Labor de la mujer en la vanguardia y en la retaguardia". En el centro, Victoria Muñoz, de JSU, posteriormente conocida como una de las "Trece Rosas". Agencia EFE
Este martes se cumplen 75 años del fusilamiento de las "Trece Rosas". Trece jóvenes que fueron asesinadas por el régimen franquista el 5 de agosto de 1939, meses después del final de la Guerra Civil española y al inicio de una dictadura que se alargaría hasta el 1975, año de la muerte del dictador Franco. En el momento del fusilamiento nueve de ellas eran menores de edad. Las trece fueron condenadas a morir por pertenecer a las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), una organización política juvenil vinculada al bando republicano.
Casi todas eran menores de edad y es que en aquella época la edad mínima era de 21 años para las mujeres. Fueron detenidas y encarceladas en la prisión madrileña de Ventas, acusadas de un delito de rebelión contra el régimen y de organizar un atentado contra Franco. Todo era falso, su único delito era militar en las juventudes socialistas.
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Captura de la red Twitter.
Pero nada impidió que menos de 48 horas después de celebrarse un juicio injusto fueran recogidas por un camión y llevadas a 500 metros de la prisión. Allí las trece rosas fueron fusiladas.
"Voy a morir con la cabeza alta. Sólo te pido que quieras a todos y que no guardes nunca rencor a los que dieron muerte a tus padres, eso nunca. Las personas buenas no guardan rencor Enrique. Que te hagan hacer la comunión, pero bien preparado, tan bien cimentada la religión como me la cimentaron a mí, hijo. Hasta la eternidad", así se despedía Blanca Brisac Vázquez, ya en capilla, de su único hijo de once años, aquella desoladora noche del 5 de agosto de 1939. Pocas horas después, la joven madre de 29 años, la mayor de todas ellas, la única casada, era fusilada en compañía de doce de sus compañeras de la madrileña cárcel de las Ventas ante las tapias del cementerio del este.
El tribunal de las Salesas las había juzgado el día anterior. La sentencia decía: "Reunido el Consejo de Guerra Permanente número 9 para ver y fallar la causa número 30.246, que por el procedimiento sumarísimo de urgencia se ha seguido contra los procesados (…) responsables de un delito de adhesión a la rebelión (…) Fallamos que debemos condenar y condenamos a cada uno de los acusados (…) a la pena de muerte". Cuarenta y ocho horas después, las trece mujeres, entre 18 y 29 años, fueron fusiladas. Eran las "13 rosas".
"Juro aplastar y hundir al que se interponga en nuestro camino", amenazaba Franco, ebrio de poder, en sus discursos. Habían pasado cuatro meses desde que el dictador se había proclamado vencedor. Los tres años de la Guerra Civil habían dejado Madrid destruida. La desolación alcanzaba tanto a vencedores como a vencidos, marcados unos y otros por hondas secuelas físicas y psicológicas.
El nuevo régimen no contribuyó a aminorarlas. Bien al contrario, instauró un clima de flagrante represión. El General Franco estaba decidido a depurar la sociedad española, de forma que las redadas, detenciones y ejecuciones sumarias, fruto de la infiltración de espías, estaban a la orden del día. A las privaciones a las que se hallaba sometida la sociedad de aquella época se sumó el malestar y el resquemor generado por la presión que el régimen ejercía sobre la ciudadanía. Las delaciones eran algo corriente: vecinos, amigos e incluso familiares podían convertirse en auténticos enemigos.
En junio se habían iniciado los ajusticiamientos a mujeres, pero el de las "13 rosas" fue el más execrable de los cometidos por los vencedores. En teoría la ejecución obedecía a la punición por el asesinato de un comandante de la Guardia Civil, Isaac Gabaldón, su hija y su chófer el 27 de julio anterior. Pero las detenidas se hallaban ya en prisión en esa fecha.
Todo indicaba que los vencedores se hallaban determinados a limpiar el país de toda simiente roja y aquellas trece mujeres, elegidas al azar entre las 4.000 reclusas hacinadas en las Ventas, saciaron con su muerte las ansias de supremacía del dictador.
Ocho de ellas eran menores de edad: modistas, una pianista, una secretaria, una sastre… Sólo tres de ellas eran activistas de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), algo de lo que también se las acusaba. Las trece fueron víctimas inocentes, auténticas heroínas, de la posguerra de la cruenta Guerra Civil que asoló el país.
En nuestros oídos resuena el eco de la voz de Ana López Gallego, de 21 años, modista, militante de las JSU, secretaria de Radio Chamartín durante la contienda, detenida el 16 de mayo y conducida a la cárcel de las Ventas el 6 de junio. Se cuenta que, tras permanecer con vida después de la primera descarga, inquirió con bravura a sus ejecutores: "¿Es que a mí no me matan?", según explica el diario catalán La Vanguardia.
Así hablaba una de las trece rosas cortadas en la flor de la vida, que demostraba su gallardía hasta el último instante. Todas ellas permanecerán en nuestro recuerdo para siempre. Hasta la eternidad.
Las Trece Rosas fueron Carmen Barrero Aguado, Martina Barroso García, Blanca Brisac Vázquez, Pilar Bueno Ibáñez, Julia Conesa Conesa, Adelina García Casillas, Elena Gil Olaya, Virtudes González García, Ana López Gallego, Joaquina López Laffite, Dionisia Manzanero Salas, Victoria Muñoz García y Luisa Rodríguez de la Fuente. En realidad las mujeres fusiladas fueron catorce, porque a las anteriores debe sumarse Antonia Torres, cuyo fusilamiento se ejecutó el 19 de febrero de 1940, en las mismas tapias que sus compañeras, según publicaba la página La República.es.
Su recuerdo queda vivo en el cine, en libros o en obras de teatro. Siempre quedará en nuestra memoria como uno de los episodios más crueles del franquismo.
Ellas habían pedido ser ejecutadas con 43 compañeros, que fueron fusilados momentos antes, pero sus verdugos les negaron su último deseo.
Recordemos cada una de estas trece rosas, que un día existieron en España, como más tarde existirían en Argentina, Chile, Paraguay o Uruguay, y hoy aparecen en otros países donde la dictadura impone su terror.
"Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija que ya jamás te podrá besar ni abrazar. No me lloréis. Que mi nombre no se borre de la historia". Esta fue la carta que escribió la joven de 19 años Julia Conesa antes de que la fusilaran sus ejecutores del régimen franquista, cuatro meses más tarde de que finalizara la guerra.
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