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domingo, 9 de marzo de 2014

Ucrania, La crisis de Crimea revive fantasmas de un tenebroso pasado

¿Cómo afecta la crisis ucraniana al suministro energético de Europa?
La canciller alemana, Angela Merkel, frente al presidente ruso, Vladimir Putin. Reuters.
A veinticinco años de la caída del Muro de Berlín, Europa protagoniza una reedición del conflicto entre el Este y el Oeste. Su escenario es Ucrania (una de las dieciséis ex repúblicas soviéticas) y sus protagonistas son los mismos de la guerra fría. Por un lado, Rusia intenta ratificar el control que ejerció tradicionalmente sobre su vecino, antes, durante y después del comunismo. Por el otro, las grandes potencias occidentales (Europa y Estados Unidos) pretenden una Ucrania asociada con la Unión Europea.
La presencia y movilización de tropas rusas a Crimea ocupa la atención de todos los observadores mundiales. Nadie duda de la creciente tensión que se generó y pocos se arriesgan a predecir los acontecimientos pero sería interesante hacer una serie de análisis para ver la complejidad de la actual situación, y especialmente sus diferencias con otros momentos de la historia.
De por sí grave, la situación política de Ucrania se convirtió en una dura puja de intereses entre el bloque conformado por Alemania, Francia y Polonia, con el gobierno norteamericano en la sombra, y, del otro lado, Rusia.
Ucrania, un país de 45 millones de habitantes, fue un gran productor de alimentos para la Unión Soviética y además tuvo un desarrollo industrial importante durante las siete décadas de economía planificada. De ser la segunda economía –después de Rusia– de aquel sistema de naciones, desde la disolución del sistema soviético en 1991, Ucrania tiene una economía de mercado, donde además de la influencia de Moscú, comenzaron a pesar las influencias europeas occidentales. Tal como sucedió tras la caída del muro de Berlín en Polonia, Hungría y Checoslovaquia, las empresas alemanas y francesas empezaron a tallar en la vida económica y también a influir en el mapa político de ese país. Un sector de la dirigencia ucraniana preconiza "el libre comercio" y quieren aliarse con la Eurozona al tiempo que se produzca un distanciamiento de los vínculos con Moscú.
Esa creciente tensión, y la lucha por los intereses económicos y estratégicos que están en juego a provocado que en las últimas semanas volvieran a usarse en Europa palabras cargadas de contenido en la historia de Europa y del Mundo. Términos como "fascismo", "nazismo" o "comunismo", resurgen de un pasado que para muchos estaban casi enterrados en el desván de los recuerdos.
En medio de una batalla dialéctica que combina las ideologías y guerras del siglo XX con conflictos del siglo XXI, la Historia se utiliza para demostrar la "legitimidad" de unos y exhibir la ilegalidad de los otros.
Para Washington y Bruselas es ilegítimo lo que ocurre en Crimea, donde el parlamento local convocó a un referendo para abrir la puerta a una posible unión con la Rusia; para Moscú es ilegítimo el nuevo gobierno ucraniano que rige desde Kiev.
Activista prorrusa y proucrania discuten este domingo en Sebastopol. / AFP.
Pero las relaciones económicas son muy diferentes a las que se mantenían durante el siglo pasado.
En torno a un 30% del gas importado por la UE proviene de Moscú y un tercio del mismo pasa por Ucrania, según datos de Reuters. Así, Moscú es el mayor vendedor de gas a Europa y en este tránsito continuo que dinera casi 100 millones de dólares al día, Kiev es una plaza clave.
Para el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, los que atentaron contra la democracia ucraniana son los hombres que hoy gobiernan Ucrania y que ayer estaban en la Plaza Maidan alentando las protestas contra Viktor Yanukóvich, un líder elegido democráticamente cuyo mandato terminaba en un poco más de un año. Para Occidente el gobierno que surgió, nacionalistas y algún miembro de la extrema derecha, tras las protestas proeuropeistas de la Plaza Independencia ha sido el resultado de una exigencia popular.
El Kremlin también rechaza que partidos de extrema derecha como Svoboda integren el gobierno después de su accionar en las protestas y recuerda que algunos de los héroes que ondean en las banderas de esos grupos colaboraron con la ocupación nazi y la matanza de judíos en la Segunda Guerra Mundial.

Svodoba, un partido que hace cuatro años obtuvo menos del 2% de los votos en las elecciones presidenciales, ocupa ahora seis puestos en el nuevo gobierno, entre ellos los cargos de fiscal general, Oleh Makhnitskyy, y de viceprimer ministro, Oleksandr Sych.
Sych es un conocido activista anti aborto no ajeno a declaraciones polémicas, como cuando sugirió que las mujeres deberían "llevar un tipo de vida que las aleje del riesgo de la violación, como evitar las bebidas alcohólicas o estar en malas compañías". Pero las frases controvertidas parecen acompañar a más de un miembro de este partido.
Su líder, Oleh Tyahnybok, fue expulsado del Parlamento en 2004 por decir que la "mafia judeo-moscovita" controlaba el país y uno de sus legisladores describió el Holocausto como un "período brillante", según aparece en un reportaje de la BBC.
Aunque el partido, últimamente, ha bajado el tono de su retórica nacionalista, "no hay que minimizar su extremismo o su peligro", dijo a la BBC el profesor de la Universidad de Columbia y experto en Ucrania, Tarik Cyril Amar.
Por otro lado, las estrechas relaciones económicas entre la UE y Rusia enfrían las posibilidades de desencuentro entre ambas potencias. Europa es el principal socio comercial de Moscú, con 267.500 millones de euros de intercambios en 2012, según Eurostat. De hecho, la UE compra el 84% de las exportaciones de petróleo ruso y casi el 76% de las de gas, según la Energy Information Administration (EIA). "No creo que la UE vaya más allá en el conflicto, ni siquiera con sanciones. Asimismo, a Moscú tampoco le conviene perder a su principal cliente", declaró Mariano Marzo, catedrático de Recursos Energéticos de la universidad de Barcelona.
Putin mantiene su movimiento de piezas, mientras Occidente, con Estados Unidos y la Unión Europea a la cabeza, no se pone de acuerdo sobre la manera de presionar a Moscú para que saque sus tropas de la península de Crimea, donde se encuentra la base de la flota rusa del Mar Negro.
Las tensiones en la península ucraniana se mantenían elevadas ayer, al punto que soldados rusos efectuaron disparos de advertencia a uniformados ucranianos. En una presión adicional sobre las nuevas autoridades de Kiev, Gazprom, el principal productor de gas de Rusia, dijo que retiraría un descuento sobre los precios del combustible para Ucrania a partir de abril.
En esta partida de ajedrez una cuestoón parece evidente: no hay consenso en Occidente sobre cómo actuar frente a Putin. Ayer trascendió el contenido de un documento oficial británico que aconseja no imponer sanciones a Rusia, porque eso perjudicaría al sector financiero londinense.
El gobierno alemán es otro de los que se muestra reticente a las sanciones contra Moscú y se ha declarado en contra de su expulsión del G8.
Lo ilegítimo y lo legítimo juegan un juego peligroso en Crimea, la península poblada en su mayoría por ciudadanos de origen ruso que el próximo 16 de marzo votarán por unirse a la Federación Rusa o por quedarse en Ucrania, en un referendo rechazado por Kiev, Bruselas y Washington.
Este conflicto geopolítico, que evoca los peores fantasmas de la historia europea del siglo XX, tiene un carácter polifacético. Incluye desde el debate sobre la inserción internacional del país hasta la discusión sobre la naturaleza de su sistema político, pero implica también la reaparición de antiguas diferencias históricas, étnicas y hasta religiosas en una Ucrania convertida repentinamente en un polvorín.
El resultado de este cúmulo de tensiones acumuladas es que la resolución de la crisis excede la voluntad de los ucranianos y exige una negociación internacional que evite una guerra civil. Pero cualquier acuerdo entre Rusia, Estados Unidos y la Unión Europea tendrá que respetar el consenso mayoritario, una cuestión muy diferente si hablamos del oeste (proeuropea) o del este (prorusa) de Ucrania.
El centro neurálgico de la disputa es el puerto de Sebastopol, en la península de Crimea, donde tiene su asiento la flota rusa del mar Negro, cuya presencia garantiza la proyección naval de Moscú en Medio Oriente. Esa presencia de la Marina rusa constituye la prioridad estratégica del Gobierno ruso.
Crimea perteneció a Rusia hasta 1954, cuando el entonces líder soviético, Nikita Jruschov, se la regaló a Ucrania, y alberga en su territorio la base de la flota rusa del Mar Negro.
La península cuenta con unos dos millones de habitantes, de los cuales el 60 por ciento son rusos, el 25 por ciento ucranianos y el 12 por ciento tártaros.
Perspectivas históricas son las que sobran en estos momentos en Ucrania, pero ninguna parece contribuir demasiado a mejorar un presente donde los dos bandos se consideran los únicos dueños de la legitimidad.
Por otra parte, miles de ucranianos se congregaron, hoy domingo, en la Plaza de la Independencia, en Kiev, para pedir paz y unidad, mientras Rusia mantiene un control férreo en la región de Crimea.
Entre los portavoces de los manifestantes se encontraba el ex convicto, y magnate petrolero ruso, Mikhail Khodorkovsky, quien también ha destacado por ser un fuerte crítico del presidente Vladimir Putin.
Se han producido manifestaciones en contra de la guerra en varias ciudades de Ucrania. La mayoría ha transcurrido de forma pacífica, aunque en Sebastopol, en Crimea, grupos étnicos rusos armados con látigos y palos arremetieron contra manifestantes pro-ucranianos.
También este domingo unas 5.000 personas participaron en una manifestación pro Rusia en la ciudad de Donetsk, en el este de Ucrania

Vista de la flota rusa en Sebastopol. afp
Vista de la flota rusa en Sebastopol. AFP.

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